15 Con la paz del fuego

Palabras desde mi experiencia de Dios.

Prólogo de Dolores Aleixandre.

Sandra Hojman.

Palabras y parábolas desde su experiencia de Dios.

Colección feadulta.com, nº 15. Noviembre 2012.

198 páginas, 21 x 15 cm, rústica .

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ISBN 97884-7631-040-3

Disponibilidad: Disponible

9,62 €

Si nunca experimentaste la aventura de hundir la mirada en el abismo de la llama, si no conoces la riqueza de los colores de la brasa ardiendo, te lo recomiendo.
Contemplar una fogata suele aliviar tensiones, tranquilizarnos. Pero si ahondamos en su profundidad, podemos ser testigos de la combustión sin tregua, de la intensidad que la habita. Nada tiene de quietud, esa paz; nada de calma. Es pura potencia apasionada, en
vaivén, danzando al ritmo del viento.
En estas páginas, te ofrezco algo de mi fuego... Esa combustión sin tregua que me habita, esa calma que no es descanso, placidez cargada de intensidad. Ese viento que me sopla y la ceniza que cae, para el reciclado. Ese ritmo en subibaja, los ciclos de la llama. Lo estable de la brasa, que aguarda el momento propicio para encenderse. El humo que tantas veces ahoga. Y la paz de saber que hay humanidad garantizada, compartida, transmisible.
Sandra Hojman (Buenos Aires, 1967), laica, licenciada en psicología, ha participado en diversos espacios eclesiales.

Í N D I C E
Prólogo de Dolores Aleixandre
¿Conoces la magia del fuego?
PARÁBOLAS PARA MI HOY
Reflexiones desde la miopía
Una vela quebrada
Ararnos, una y otra vez
Un buen árbol
Descubriendo
Otra vela, encaprichada
Despertar a la lluvia
El otoño se anuncia
La sed
Dame de beber
De secretos y secreciones
La vida se amasa
Los ingredientes de la masa
Digerir para asimilar
Viento
TU PALABRA ME ENTRETEJE
Afinar los sentidos
Frente al pesebre
En nuestras manos
Hablemos de desbordes
Una barca sobre el agua
Pedro, ¿me amas?
Una mujer, dos monedas
¡Qué perla!
DESDE MI PROCESO PASCUAL
Llamados a la vida
Luchar con la muerte
Desembarazarnos de lo muerto
Hijos de la resurrección
Seguir buscando en lo obvio
No teman
En la oscuridad
Te invita a nacer
La vida se mueve
Límites e infinito
Impedimento definitivo
Ladrillos de juguete
Crecer
EN LA INTIMIDAD
Mi Credo
Al Espíritu
Piezas únicas
Apasionado
Sostenidxs
El grito de la tierra maltratada
Te pusiste de pie y exclamaste
Para la Magdalena
Manantiales de agua viva
Sed nueva
Inundada de presencia
AL VIENTO COMUNITARIO
Una experiencia de Reino
Ronda de mate
Curen a los enfermos
Callar o hacer silencio
Ya los medios predicaban...
Mujeres
Encarnación y marchas
De ballenas y partos colectivos
Saboreando el dulce amargo
Identidades
Reflexiones muy sueltas
Qué Cuerpo y qué Sangre
Nos proclamarán felices todas las generaciones
A cargo de la Resurrección
Sacramentalidad
Aquí estoy (semblanza)
 
Prólogo 

CON LA PAZ DEL FUEGO

Cuando Sandra Hojman me pidió que le pusiera un prólogo a su libro pensé que me iba a resultar difícil porque no nos conocemos personalmente: llegó un día a la pantalla de mi ordenador gracias a un amigo común, ese al que ella llama “partero de pascuas”. Y de amistades, añadiría yo.
Después de haber leído Con la paz del fuego, tengo la sensación de que su autora es ya para mí alguien de quien sé algunas de esas cosas que llegan a saberse de los amigos después de mucho tiempo. Y es que si “Dios crea como el mar crea la playa: retirándose”, ella no se “retira” del todo de lo que escribe y va dejando huellas de su manera de ser y de estar en la vida. 
Por eso ahora sé de ella, por ejemplo, que la naturaleza le ayuda a leerse y leer la Palabra. Que respira con la naturaleza y palpita con ella: con el fuego, la siembra, la lluvia, la masa, el pan, el árbol…Y que acostumbra a cosechar la Presencia en lo más obvio, en lo sencillo, en lo que está tan a mano que nos parece insignificante. 
Sé que es una mujer habitada por “una combustión sin tregua, por una calma que no es descanso sino placidez cargada de intensidad”. Es quizá esa palabra, “intensidad”, la que mejor define lo que me ha transmitido su libro. En la adolescencia sus ojos miopes recibieron lentes y con ellos el descubrimiento de que el regalo que podía entregar a otros es la capacidad de cercanía porque “sólo estando cerca se pueden comprender ciertos recovecos de lo humano que suelen pasar inadvertidos y son accesibles a esa mirada de lupa”. 
Quizá por eso leer lo que escribe provoca a la búsqueda del misterio que se devela precisamente en lo más cercano. ¿Cómo es posible sentir tantas cosas ante una vela encendida? ¿Cómo se pueden descubrir tantas maravillas contemplando la evolución de un pollito, viendo llover o viviendo el otoño? ¿Cómo se puede describir de una manera tan honda y sugerente funciones que damos por supuestas como la respiración o la digestión?
Un profeta del destierro descubría “lo nuevo” que Dios estaba creando en la historia y se asombraba de que los demás no estuvieran asistiendo maravillados a su germinación: “Mirad que estoy creando algo nuevo. Ya está brotando ¿no lo notáis?” (Is 43,19). Esa misma pregunta está presente en cada página de este libro peculiar, a la vez poético y sencillo, místico y cotidiano.
En cada página recibimos la invitación urgente a detenernos ante lo que nos parece obvio, ante todo eso que asumimos sin cuestionamiento alguno y sin hacernos preguntas sobre ello. Y, queramos o no, nos sacuden las preguntas apremiantes de alguien para quien en todo encuentra rastros, señales y huellas de Alguien: “¿Dónde estuvo y no lo viste? ¿Dónde puedes tropezarte con su presencia silenciosa, esperando que lo mires, que te des cuenta de que está ahí?”
Sandra Hojman se entiende como “mediadora, puente entre lo distinto, confluencia, punto de encuentro donde lo diverso se siente acogido. Y también, buscadora en lo oculto, que desmenuza para hallar lo que no se ve a primera mirada”. Nos ofrece su sensibilidad contemplativa, su don para observar “con mirada de promesa, casi gestar con la mirada el asomo de la vida, que por tan pequeño podría perderse si nadie lo mira y lo protege”.
Nos invita a ponernos como ella unas “gafas de cerca” para mirar a corta distancia, dejando que las pequeñas cosas diarias nos revelen sus secretos y recuperar así la vibración, el latir de cada instante. Pero nos desafía también ¡y con qué fuerza! a ponernos “las gafas de lejos” para abrirnos al Dios de la ruptura, al que no se conforma, al Nunca Bastante, al del “crucemos a la otra orilla”, el que siempre nos desinstala, el Dios nómada que busca atravesar todas las fronteras. 
He escuchado el eco de mucha lectura orante del Evangelio que permite reencontrar a sus personajes desde una óptica nueva: Pedro, las mujeres de los perfumes, la viuda que echó todo lo que tenía, María Magdalena, la samaritana, el negociante de perlas. Encontramos, sobre todo, a Jesús “invitándonos a excedernos, a traspasar los límites, a romper la barrera del miedo y de la “urbanidad”, a empujar las paredes que protegen, a ensanchar los espacios compartidos…”
He escuchado también mucha resonancia eclesial en lo que escribe: el ritmo de los tiempos litúrgicos, de las celebraciones comunitarias, de los mensajes de una Iglesia comprometida con el pueblo, de las palabras de hombres y mujeres “con la paz del fuego”. 
Me ha hecho tomar contacto, especialmente, con tantas mujeres “impulsando la vida, poniendo la carne y la sangre y la transpiración en lo cotidiano; arrojando mordazas, inaugurando voces”.
Me ha llegado muy dentro, precisamente por lo inusual que resulta hoy nombrarlo, el tema reincidente de la muerte y de la vida. Y con ello el apremio a abandonar lo que ya no sirve, lo que necesita morir, a desembarazarnos de lo muerto para que la vida siga su curso. Porque Dios “como con los viejos juegos de ladrillos, nos separa en piezas, nos invita a de-construirnos, para recrearnos” y porque “el gozo central del Evangelio radica en esta confianza en el poder resucitador que se esconde en la misma muerte de lo caduco”. 
Creo que vamos a ser muchos los que acojamos la invitación de Sandra Hojman de poner la lupa en lo que ya sabemos, de volver a mirar lo repetido. Y a dejarnos contagiar por su convicción apasionada de que la vida sigue adelante, porque somos tierra que anda… y en ese andar, lo mismo es siempre nuevo. 

Dolores Aleixandre rscj
¿Conoces la magia del fuego?

Empieza siendo leve chispita, tan frágil que la más suave brisa la puede hacer desaparecer -cuántas veces habremos esperado, expectantes, casi temblando, que no sople ese vientito que nos haga desperdiciar los pocos fósforos de las noches de invierno-.
En un momento dado, imprevisiblemente, la primera rama se enciende. Y sabemos que, aunque hay que estar profundamente atentos a su caprichosa evolución, el fuego “prendió”. Es decir, la llama se prendó de la madera, haciéndose parte suya, en ese juego amoroso donde uno y otra se mezclan sin confundirse, se acercan y se alejan, se entregan y se mezquinan, para dar lugar al milagro.
Ahí, se hace la luz. Los alrededores festejan la reciente claridad, que renueva todas las cosas sin quitarles su misterio (esos tonos ocres, amarillos y anaranjados que invitan a descubrir calideces ocultas, que convocan al contacto profundo de aquellos que se atreven a mirarse a los ojos) Comienza el calor, no el sofocante que hiere los poros, sino esa sutil temperatura del encuentro, que nos acerca al centro de la rueda y de nosotros mismos.
De lejos, el humo, señal para que aquellos que buscan reparo sepan que hay adónde acudir; aviso también para rateros y carroñeros: no avancen, zona en vigilia.
Me gusta el fuego. Si nunca experimentaste la aventura de hundir la mirada en el abismo de la llama, si no conoces la riqueza de los colores de la brasa ardiendo, te lo recomiendo.
En estas páginas, te ofrezco algo de mi fuego...
Esa combustión sin tregua que me habita, esa calma que no es descanso, placidez cargada de intensidad. Ese viento que me sopla y la ceniza que cae, para el reciclado. Ese ritmo en subibaja, los ciclos de la llama. Lo estable de la brasa, que aguarda el momento propicio para encenderse. El humo que tantas veces ahoga.
Y la paz de saber que hay humanidad garantizada, compartida, transmisible.
Conciencia de ser parte de esa corriente de pasión traspasada de mano en mano. Un leño más, en la hoguera común.
El fuego consume la leña. Qué duda cabe. La desgasta, la hace cenizas. Pero después de haberla lanzado al más maravilloso de los destinos; después de haberla hecho bailar, al colmo de su capacidad estética, en una entrega plena y fecunda.
Te invito... dancemos juntos...
Sandra

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Palabras desde mi experiencia de Dios.

Prólogo de Dolores Aleixandre.

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