Parecía obligado, después de la acogida dispensada a Las cartas de José Arregi, ofrecer ahora sus más interesantes y recientes charlas. Unas han sido conferencias ante distintos auditorios y otras evidencian su finalidad de motivar la meditación y el coloquio en un retiro. Pero todas tienen inevitablemente su sello personal. Transpiran sensibilidad, buen gusto, y una mezcla inconfundible de auténtico evangelio y total libertad en pensamiento y palabra.
Desde el análisis de la Biblia o el Credo de los apóstoles, partiendo de las figuras emblemáticas de Francisco de Asís o Pere Casaldáliga, planteando con realismo el futuro de la "vida religiosa", o agradeciendo el gozo de la fe, el destino final de todas sus reflexiones es siempre la espiritualidad. La que él vive. A la que nos invita.
José Arregi (Azpeitia, Gipuzkoa, 1952) profesor en la facultad de teología de Deusto desde hace 23 años. Franciscano, ahora sin hábito desde septiembre de 2010.
Í N D I C E
RELECTURA CRÍTICO-ESPIRITUAL DE LA BIBLIA
RELECTURA CRÍTICO-ESPIRITUAL DE EL CREDO
Dios Padre Madre
Jesús el Cristo
El Espíritu de vida
La Iglesia que somos
El pecado y el perdón
Resurrección y vida
ESPIRITUALIDAD PARA HOY
LA GRACIA DE CREER EN NUESTRO TIEMPO
FRANCISCO DE ASÍS, la oración al Cristo de San Damián
PEDRO CASALDÁLIGA, místico del S.XXI
ANTE EL FUTURO DE LA "VIDA RELIGIOSA"
Por qué esta invitación
En los albores del siglo XIII, un joven burgués de Asís frecuentaba una ermita oscura y pobre, en busca de luz. Tenía 24 años –que entonces ya eran años– y muchas preguntas. El floreciente negocio de su padre, mercader de telas, le hastía. Los señores feudales, encerrados allí arriba en su castillo, le sublevan. La iglesia, con su pompa y su miseria, le aflige. ¿No habrá otro mundo en este mundo?
Nuestra época, a comienzos del siglo XXI, tiene no pocas similitudes con la del joven buscador de Asís, y su camino puede ilustrar el nuestro.
La luz y la sombra en las laderas, la llanura de Umbría llena de colores, la compañía de los amigos, el encanto de las amigas… ¡cuánta belleza en la vida!
Pero ¡cuánto dolor también, Dios mío, cuánto dolor! Esas leprosas, esos leprosos, a las afueras de Asís, con sus carnes ulceradas. Esos pobres con sus harapos, con sus familias hambrientas, con sus míseras casuchas. ¿Quién se ocupa de ellos? ¿Cómo seremos felices sin ellos? Dios mío, ¿qué puedo hacer yo por ellos y por mí, tan pobre como soy?
En la oscuridad de la ermita, el joven Francisco busca aliento y señales: “Oh alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón”. Y, poco a poco, se va encendiendo a sus ojos la carne de Jesús crucificada.
La grandeza de Dios no es más que la compasión de este Jesús crucificado ahí en esa cruz de madera oscura, lacerado en los leprosos, humillado en los siervos de todos los señores. La gloria de Dios no es más que esa carne herida y santa. Los ojos, las manos, los clavos, las llagas, todo se ilumina. Y los labios de Jesús parecen animarse y hablar:
“¡La paz contigo, Francisco! Por estas llagas y por mi Pascua te aseguro: la compasión de Dios es más fuerte que los grandes poderes con todos sus males.
Aquellas bienaventuranzas que yo pronuncié en la montaña de Galilea son la promesa y el remedio de Dios para este mundo en dolores de parto. Son el camino y la meta. Sean tu dicha y tu regla de vida.”
Volvamos a nuestro tiempo. A pesar de Jesús y de todos los Franciscos, el mundo sigue en dolores de parto. Crece la angustia en las almas, y las farmacias no bastan para darles consuelo. Crece el daño global en el planeta, y los poderosos siguen imponiendo su ley mortífera.
Y las religiones, ¿dónde están y qué hacen las grandes religiones? Parecen ancladas en un pasado remoto, aferradas a la letra y a la norma, presas del miedo.
“Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde vendrá la salvación?” (Salmo 121).
La salvación no llegará de lejos, no vendrá de fuera. La salvación sólo brotará de la tierra y de la carne, cuando aprendamos a inspirar y a espirar el Espíritu de Dios que todo lo habita.
Es urgente que nuestra civilización recupere el espíritu, la espiritualidad. Es necesario que una profunda espiritualidad de la belleza y de la bondad –sensibilidad, respeto, confianza, compasión, cuidado– tenga lugar en la educación como la asignatura más importante.
Es apremiante que la espiritualidad -¿será esto candidez?– anime la política y a los políticos. Si no, caminamos al abismo.
Y es urgente que las religiones redescubran su inmenso caudal espiritual más allá de la moral y de la creencia. Está en juego la Vida, tan preciosa y frágil.
Las páginas que siguen responden a esta urgencia espiritual de nuestro tiempo. Son textos sueltos de 7 retiros o charlas impartidas en estos últimos años o meses. Varias están ya publicadas, pero aquí se reúnen retocadas y expurgadas de su aparato crítico.
Las dos primeras insisten en la necesidad de una lectura espiritual –y, por tanto, crítica – de nuestros textos cristianos fundantes: la Biblia y el Credo.
Las dos siguientes trazan claves importantes de la espiritualidad que hoy necesitamos.
La quinta y la sexta apuntan algunos rasgos de dos grandes figuras espirituales: Francisco de Asís (Italia, ss. XII-XIII) y Pedro Casaldáliga (Brasil, ss. XX-XXI).
La última ofrece unas reflexiones sobre la transición en que se halla la llamada “Vida Religiosa”, ejemplo de las transformaciones estructurales que está demandando al cristianismo el cambio social y cultural en que estamos inmersos. El Espíritu gime en nosotros.
José Arregi
Arroa Behea, 13 de Diciembre de 2010, fiesta de Santa Lucía